La comida tiene un protagonismo central en las fiestas y reuniones sociales que va mucho más allá de la simple necesidad biológica de alimentarse. Durante la mayor parte de la existencia humana (la era de cazadores y recolectores), tener con qué alimentarse era incierto y, cuando se obtenía comida, por lo general era escasa. 

La abundancia en una fiesta moderna activa el mismo instinto de recompensa y seguridad que se ponían en práctica cuando la supervivencia dependía de la búsqueda de los alimentos. Si el cerebro humano tiene tendencia hacia comidas calóricas es por una preferencia instintiva. Esos nutrientes eran vitales porque proporcionaban la energía necesaria para sobrevivir a largos periodos de hambre.

Cuando nuestros antepasados lograban una caza exitosa o encontraban una fuente abundante de alimentos (como una cosecha o una colmena), el comportamiento biológico dictaba consumir tanto como fuera posible para almacenar reservas corporales.

En la actualidad, si las mesas en las reuniones sociales muestran una exhuberancia de platos ricos y variados es una señal biológica desarrollada hace millones de años. A diferencia de antes, en la actualidad hay seguridad y recursos para los banquetes. En las sociedades antiguas, no existían métodos de conservación duraderos, cuando se obtenía un excedente de alimentos se hacían festines comunitarios. Ese remanente no se echaba a perder, entonces, y por otro lado, el anfitrión no solo ganaba estatus, sino que también creaba una deuda social con sus invitados. 

Al comer juntos, se reforzaba la reciprocidad. Los invitados recordarían la generosidad y estarían más predispuestos a ayudar o compartir sus propios recursos con el anfitrión en el futuro, cuando la escasez golpeara de nuevo. De alguna manera, el banquete era un seguro social contra el hambre.

Michael Pollan periodista, escritor y profesor universitario, especializado en temas de alimentación, cultura y medio ambiente, comparó el comportamiento en las épocas. “La comida compartida no es cosa menor. Es un fundamento de la vida familiar, el lugar donde nuestros hijos aprenden el arte de la conversación y adquieren los hábitos de la civilización: compartir, escuchar, turnarse, navegar diferencias”, explicó.

Especial

Un festín comunitario marcaba una ruptura en la rutina porque se dejaban de lado la comida diara y alrrededor del momento memorable de abundancia, se organizaba la fiesta. Un casamiento, un cumpleaños, bautismo, entro otros, como en aquellos tiempos rompen con lo cotidiano y la presencia de la comida tiene la misma función de darle un toque especial al encuentro de celebración que está fuera de lo común.

La comida en las fiestas no solo satisface el hambre, sino que es un lenguaje universal que comunica hospitalidad, refuerza la identidad cultural y social, y facilita el placer y la convivencia. Ofrecer comida abundante y de calidad es un gesto ancestral de hospitalidad y respeto hacia los invitados. Significa que el anfitrión ha puesto esfuerzo y recursos para honrar la presencia de los demás.

OTRA ÉPOCA. El ser humano debía cazar y cosechar para poder tener qué comer.